domingo, 22 de marzo de 2020

7. Más divulgación





Un poco más sobre divulgación





En mi opinión, al público general sí le interesa la ciencia, en especial en aquellas ramas que más tienen que ver con la innovación y el desarrollo tecnológico, quizá, en especial, en los campos de la salud y las comunicaciones, o, dicho de otro modo, en aquellas vertientes que permitan y/o faciliten vivir mejor. En este sentido, me atrevería a decir que el público en general considera que la ciencia tiene que ver fundamentalmente con las cosas que se hacen y se dicen en el ámbito de las “ciencias duras”, y que sí bien le interesa conocer mejor el contexto de pequeños desarrollos -y, en especial, aquellos que pueden encuadrarse dentro del marco del desarrollo tecnológico- aquello que no sabe a experimental no interesa, e incluso incomoda, a pesar de ser también ciencia (por ejemplo, el conocimiento que se desarrolla en el campo de la historia).  

A este aspecto, los medios de comunicación de masas cumplen un papel fundamental, ya que son ellos la plataforma más utilizada por el público generalista para informarse sobre ciencia, excepto en la franja de edad de 15-34 años[1]. Dado que los medios de comunicación funcionan a la luz de muchos intereses comerciales, económicos y políticos, el tipo de conocimiento que trasmiten tiene mucho de conciliador con respecto a los discursos normativos y a su legitimación, excepto en algunos programas específicos sobre divulgación científica, de los que, al menos en España, podemos contar escasos ejemplos. Así, el acceso y la información que la gente tiene acerca de la actividad científica tiende siempre a subrayar procesos amables con los resultados y los campos científicos dominantes que no cuestionan nuestro sistema de vida. Para entender este argumento es muy gráfica la paradoja acerca del gran interés social y mediático que están despertando los procesos del Covid-19 , el cual afecta a todos los habitantes del planeta por igual, entre ellos también a los países más ricos, en comparación con la atención que se le presta desde los medios de comunicación a los procesos del VIH, la cual, al ser una enfermedad que afecta especialmente al continente más pobre del mundo, no recibe una difusión proporcional a su gravedad e incidencia. 

Internet es una herramienta super potente para la divulgación y la expansión científica, pero a la vista de que un grueso nada desdeñable de población, que según las fuentes consultadas tiene un interés elevado por la actividad y los descubrimientos científicos, se informa de todos estos asunto fundamentalmente a través de la televisión, creo que una mayor y mejor presencia de divulgadores en los medios de comunicación de masas más generalistas, así como más programas de divulgación con contenidos científicos más diversos, podría ser muy positivo para que la gente no sólo confíe más en la actividad científica, sino para que la comprenda mejor, e incluso para que ensanche su concepción de lo que es el progreso en el campo del conocimiento. 

Esta difusión, empero, ha de hacerse a través de divulgadores lo más independientes posible, los cuales ofrezcan las garantías éticas suficientes para la apuesta firme de promover más ciencia, un campo que según la “VII Encuesta de Percepción de la Ciencia”arrastra en España, en los últimos años, un interés creciente y significativo. 




[1] Datos extraídos del IX Informe EPSCYT 2018:  «Internet es la primera fuente de información científica para un 40,3% de los ciudadanos (un aumento desde el 37,7% de la encuesta anterior). Pero es la televisión la fuente más consultada cuando se cita más de un medio para estar informado en ciencia, con un 75,7%, frente al 63,4% de internet. Internet supera a la televisión como fuente de información científica entre personas de 15 a 34 años. Además, internet es también la primera fuente de información para quienes demuestran un interés alto por temas científicos y tecnológicos (80,3%), seguida de la televisión (72%). Sin embargo, para quienes manifiestan un interés bajo en temas científicos y tecnológicos, la televisión es la primera fuente de información (78,8%), frente al 38,2% de internet», en https://www.fecyt.es/es/noticia/principales-resultados-de-la-encuesta-de-percepcion-social-de-la-ciencia-2018.

sábado, 21 de marzo de 2020

6. Taller de creatividad




Flujo psicológico (simétrico)




Convertir dos conceptos en algo tangible a partir de una gran cantidad de materiales que se pusieron a nuestra disposición fue la tarea a realizar. En este contexto, dos cartulinas de fondo negro, unos trocitos de papel de colores y un hilo rojo como conector argumental me sirvieron, durante el taller de creatividad que impartió Miren Doiz junto a Cristina y Vanesa de Experimento Limón, el día 13 de febrero, para dar forma concreta a los dos conceptos sobre los que debía trabajar aquel día: “flujo” y “psicológico”. 

Estas cosas tiene a veces el azar, o, quizá, lo que en aquel momento llamé golpe de suerte, fue en realidad un pequeño regalo de la vida en favor de la consolidación de mi propia percepción sobre mi trabajo científico. La cuestión es que dichas circunstancias especiales provocaron con este curioso movimiento que, en un ejercicio creativo que suponía un desafío epistemológico, me tocase la gran fortuna de poder pensar sobre dos de las nociones que conforman parte del núcleo duro, no solo de mi tesis doctoral, sino del campo de investigación en el que vivo encuadrada y, básicamente, de mi propio interés profesional como socióloga.

Así, partiendo de la idea de que el flujo psicológico es una de las circunstancias medulares del individuo contemporáneo en su tarea de construcción y comprensión de su propia identidad, establecí que ese yo, como materialización de ese flujo que a su vez es el centro de la realidad psico-social siempre dinámica de nuestros contextos contemporáneos, debía ser el centro de mi reflexión gráfica. Para su pertinente representación, escogí el hilo rojo como símbolo de ese flujo psicológico que sería el yo, que, en su interior, contiene la idea de la identidad como un elemento que, en nuestro proceso de socialización, es infinito -de ahí que el hilo acabase en el collage más allá del límite del plano de la cartulina-. La comprensión de este conglomerado de elementos, reunidos todos en el collage de colores y formas cambiantes, a mi parecer, explica ciertos procesos imprescindibles para la comprensión y configuración de la sociedad en la actualidad también como un flujo psicológico, tal y como puede apreciarse en la foto de arriba. De esta manera, ese flujo psicológico que es el yo, parte de una estructura negra, la cual representa la estructura social en su precepción más compacta y homogénea, figurada por el espacio en negro. En este sentido, el desarrollo gráfico de ese espacio, que sirve de representación de la estructura social, estructura a la que pertenecemos todos los individuos en tanto que seres sociales, a medida que cada sujeto va instaurando un sentido mayor del yo, siempre enfrentado a la sociedad, va haciéndose cada vez más fragmentada y más diversa, concepción que traté de representar a partir de los recortes de papel y sus colores como metáfora de la heterogeneidad de influencias a las que está expuesta la subjetividad en la actualidad.

A continuación, debíamos intercambiar alguno de nuestros conceptos con los compañeros y las compañeras. Uno de estos conceptos viajó hacia mi derecha (en concreto, el de “flujo”), y desde mi derecha también recibí yo el concepto "simetría". El intercambio de nociones tenía por objetivo integrar nuestra visión del ejercicio en la obra del compañero o compañera, y, una vez más, a mí me tocó un tercer concepto que no me fue difícil ajustar, pues partiendo de la idea de mi trabajo y observando el plano negro que representa la estructura social, no fue muy complejo asumir que la estructura social está compuesta por individuos particulares que, sin embargo, convergen en un orden coherente, en el que la simetría compuesta por los diferentes y diversos “yoes” existentes en las realidades colectivas contribuye a la instauración y reproducción de ese orden, conformando así un conjunto estructurado y homogéneo, que sin embargo es dinámico, variable y transformador.

Espero haber conseguido trasladar aquello que yo vi tan claro. Quizá en la siguiente foto puede entenderse esa idea acerca de la convergencia “flujo+ psicológico+ simetría” desde el deseo sociológico de contar mi propia visión sobre la dialéctica entre el individuo, como un flujo psicológico creativo, y la sociedad como un conglomerado fijo en permanente transformación: esto es, que si la estructura social es una composición compacta de una multiplicidad simétrica de “flujos psicológicos” particulares y diversos, el “yo individual” no es sino el resultado simétrico pero reflexivo de la suma de sus muchas singularidades.



5. Comunicación no formal: la divulgación








La divulgación como actividad científica




Efectivamente hay redes sociales específicas de científicos, tales como Researchgate, aunque realmente yo no hago uso de ninguna de ellas. No podría especificar una razón que sostuviera por qué no tengo un perfil propio, porque la verdad es que, a nivel personal, soy bastante defensora de la divulgación científica, y creo que establecer redes menos rígidas en torno a la actividad científica es positivo prácticamente desde todas sus vertientes, desde el impulso de procesos de difusión de nuevas líneas, productos o publicaciones hasta la propia democratización del conocimiento como un derecho de todos y de todas, no solo de ciertas élites científicas. Como bien se apuntaba en la entrada de presentación de esta tarea, la divulgación es una obligación moral, y en el sentido de que dicha consigna me parece muy acertada, poner el conocimiento, pero también sus procesos de generación y maduración al servicio de cuanta más gente mejor, me parece una vía deseable para la construcción de una sociedad más igualitaria, democrática y reflexiva, más bien al servicio del bien común que de ciertos intereses particulares y políticos. 

En este sentido, parece sensato que, en el pasado, efectivamente, haya dedicado parte de mi tiempo a la divulgación. Participaba en una revista de contenidos generales y me encargaba de llenar una sección que trataba la historia de las mujeres desde una visión alternativa: rescatando protagonistas femeninas cuya contribución a la historia del desarrollo de las artes y la literatura era en cierto modo reseñable y que, sin embargo, no aparecían apenas en los libros generalistas de historia. Era una actividad enriquecedora, por un lado, porque me servía para hacer llegar ciertos conocimientos muy específicos a un público más general y generar curiosidad e interés por ámbito poco representados socialmente. Y, por otro, porque creo que cuando un investigador trata de trasmitir conceptos y realidades complejas a través de un lenguaje más llano, el sentido del conocimiento también se allana, y esto es bueno tanto para el conocimiento como para el investigador.

Insisto, por lo tanto, en que la divulgación es una rama que me gusta mucho, casi más que la comunicación científica formal, quizá por carácter y disposiciones personales, pero, sobre todo, porque considero que la experiencia divulgativa es una parte significativa de la experiencia docente, especialmente de la extra-universitaria, experiencia que me parece que ha de enriquecerse con el mayor número de contenidos divulgativos que puedan engrosar el valor del currículo formal. Creo que eso sería bueno para todos los agentes del ámbito de la educación y la socialización, y, esto, en general, como sociedad, es bueno para todos y todas. 

Además, y con esto termino, quisiera resaltar en esta entrada que, desde una mirada propia de mi disciplina, la sociología, me parece muy interesante aplicar las medidas, los métodos y el propio relato de la actividad divulgativa, ya que a todo el mundo le gusta analizar y discutir sobre la sociedad en la que vive, de modo que, la posibilidad de ofrecer herramientas más reflexivas que contribuyan al análisis de los procesos sociales desde una perspectiva más rigurosa, pero también más crítica, podría ser muy enriquecedor a nivel epistemológico, pero también a nivel psico-social y por qué no, también ético. En ese sentido, soy bastante tendente a defender una sociología más divulgativa que científica, pues considero que “popularizar” cierto contenido ayudaría muchísimo a promover un pensamiento más crítico acerca de algunos lugares de nuestra realidad social.

4. Referencias y gráficas




Las referencias en el documento científico



El correcto uso, pero también la correcta comprensión de las referencias es, en mi caso personal como investigadora, una cuestión de una importancia mayúscula. Es más, me atrevería a decir que la utilización de las mismas es una de las variables más complejas de la tarea científica, así como de la presentación de los resultados, especialmente en el campo de las ciencias humanas y sociales. En mi caso particular, me está exigiendo un esfuerzo muy disciplinado -y prolongado- de cara a la redacción de la tesis. Podría decirse que el rigor de mi argumentación científica radicaría prácticamente en la exhaustiva descripción de las fuentes que he utilizado para elaborar mi disertación, algo que hace todavía más exigente el de por sí ya exigente trabajo de redacción. 

Dicho esto, realicemos el análisis que se nos pide en esta Tarea 4. El artículo científico que he seleccionado para la realización de dicho análisis es el artículo Para una ontología política de la fluidez social: el desbordamiento de los constructivismos, de Fernando García Selgas [1]. Así, se puede decir que, en este artículo, aparecen 40 referencias bibliográficas distintas. Están organizadas alfabéticamente al final del artículo, pero también aparecen, entre paréntesis, en forma de cita, a lo largo del texto, con una media aproximada de unas cuatro citas por página. 

En mi opinión, la existencia de estas referencias queda justificada por la necesidad, por un lado, de aclarar ciertos conceptos, ideas o procesos con una carga filosófica e histórica significativa (algo que es importante reseñar en las disciplinas de las denominadas “ciencias blandas”) y, por otro, por la necesidad de justificar el discurso del propio autor, compuesto por argumentos complejos y multivariantes, a partir de la legitimidad y el rigor que aportan los argumentos de teóricos sociales de primera línea. 

Como los artículos más característicos del ámbito de las ciencias humanas y sociales no suelen seguir de forma demasiado estricta el esquema IMRAD, en mi disciplina es común añadir una sección específica para la presentación de las referencias bibliográficas, especialmente en la actualidad, donde el tipo de referencias se ha diversificado ostensiblemente, pareciendo importante detallar el origen específico de cada fuente. En este sentido, cabe desatacar que la cantidad de bibliografía que se maneja en el campo en el que yo investigo es tal, que, aunque en este artículo no haya sido así, en múltiples ocasiones las referencias aparecen expuestas dentro de un anexo específico.

En el artículo aquí seleccionado las referencias, como tales, se indican en una sección propia al final del mismo, si bien aparecen de forma transversal, en forma de cita, a lo largo de todos los apartados del texto.



[1] García Selgas, F. R. (2003) «Para una ontología política de la fluidez social: el desbordamiento de los constructivismos». En Política y Sociedad, 2003. Vol. 40 Número 1:  27-55.

viernes, 20 de marzo de 2020

3. Artículos y sus características



Los artículos científicos y sus características



Si bien en la anterior entrada elaboré una reflexión que tenía un tono más de revisión, esta vez quiero ofrecer mi punto de vista personal sobre el tema de la comunicación científica, a pesar de que también en esta ocasión he realizado una tarea de revisión profunda de la literatura encomendada para la elaboración de la tarea. Así, en esta reflexión sobre la comunicación formal, quisiera comenzar subrayando que, una vez más, tal vez por mi particular perfil como investigadora, me ha llamado la atención lo intervenidas que están las conceptualizaciones de las principales referencias de este tema (por ejemplo, comunicación formal, ciencia, científico, documentación…) por la tradición de las llamadas “ciencias duras” -y también por la representación del científico desde un punto de vista androcéntrico, aunque esta es una discusión sobre la que no me detendré en esta ocasión-. Dedicándome como me dedico a la sociología del conocimiento -y creo hacerlo con la sesudez y el rigor científico que se exige-, no acabo de encontrarme cómoda, ni de sentirme identificada del todo con las definiciones que se ofrecen desde estos textos, ni de lo que ha de ser el proceso de investigación, así como de la posterior difusión de “lo investigado”. De hecho, las fórmulas que se han planteado desde las lecturas propuestas para esta ocasión, me generan interrogantes y profundas dudas sobre el lugar que podría ocupar un científico social poco cuantitativo ante la deriva comunicativa de la actividad científica normativa, así como de sus cauces de “recolección, almacenamiento, clasificación y selección, difusión y utilización”[1] vigentes según los textos.

Aún con todo, quisiera señalar que coincido con Robert Day en que la comunicación científica es necesaria, y que ha de serlo, principalmente, desde el principio de claridad. Eso me gusta, y me gusta mucho. Creo que es muy importante ser rigurosos en ciencia, algo que, en el ámbito de las ciencias menos duras olvidamos quizá con frecuencia. No obstante, algo con lo que no puedo coincidir con este autor, y que me gustaría destacar, es que la actual coyuntura de difusión de la comunicación científica, materializada en el complejo entramado de las revistas de alto impacto, obstaculiza la expansión de la ciencia como una actividad fundamentalmente social integradora. Así, esta premisa, que Day subraya como una de las fundamentaciones de rigor, yo, sin embargo, considero que, en las actuales circunstancias, queda en suspenso. Y lo digo, fundamentalmente, porque me parece que los flujos del conocimiento en nuestro contexto globalizado transcurren por cauces algo sectarios, lo que harían del ámbito social de la actividad científica un espacio atravesado por ciertas desigualdades, característica que no me ha parecido latente en la visión que Day nos ofrece acerca de la ciencia. Su intención integradora en tanto como universalizadora es válida, pero creo que se queda coja demasiado pronto en tanto que actividad social discriminadora. En primer lugar, porque si no se publica en determinados espacios -y no en otros- es muy complicado penetrar el entramado comunicacional de la ciencia contemporánea, algo que, en mi opinión, puede suponer un filtro demasiado exigente y parcial, que ya de entrada, discriminará a ciertos agentes, y, en segundo lugar, como bien se resuelve en la lectura 4, porque existen mecanismos de estratificación dentro de lo que Michel Callon, Jean-Pierre Courtial y Hervé Penan denominan los “colegios invisibles”, escenarios donde solo publican determinados autores con el objetivo de leerse de forma centrípeta y endogámica a sí mismos, lo que, en cierto modo, favorece que la difusión de los resultados de una investigación, y del proceso de generación de conocimiento en ciertos ámbitos científicos, quede limitada por ciertas complejidades de tipo político.

De la lectura 3 me ha llamado la atención que el autor Ruy Pérez Monfort considere función secundaria de comunicación el artículo de revisión. Al hilo de su clasificación, me incomoda pensar que muchas de las publicaciones de carácter teórico de ciencias humanas y sociales podrían estar más cerca de ser consideradas artículos de revisión que artículos científicos, aunque, en palabras posteriores, realiza una apreciación positiva de los artículos de revisión y ofrece una guía de escritura en este sentido que me ha gustado mucho y que devuelve cierta dignidad a aquello que más hacemos en el campo al que pertenezco.

Asimismo, me ha resultado llamativo que Pérez Monfort sostenga en la página 50 que “cualquier persona que aspire a ser científico debe saber por lo menos leer y escribir muy bien el inglés”[2], lo que demuestra que en los actuales códigos de la actividad científica se prioriza la difusión internacional frente al cuidado conceptual y gramatical de un discurso científico riguroso. Al albur de sus consideraciones, podría parecerme que muchos y muchas, que tal vez puedan ser ya considerados científicos y científicas, se quedarán por el camino, y demuestra, como en tantas otras esferas de nuestra vida social contemporánea, que estamos más preocupados por la forma y el impacto de las cosas que por el fondo y la entidad. Sin embargo, coincido absolutamente con él en la idea de que, para escribir bien el texto, para que este sea considerado un buen artículo científico, hay que dedicarle tiempo a escribir bien. Me gusta su visión sobre este tema.

Por finalizar, quiero señalar la idea de que los “papers” constituyan el principio y el final de la actividad investigadora me parece una gran metáfora de cómo la producción de conocimiento es, de nuevo, un producto integrado en una lógica de mercado que, entre otras cosas, no favorece nada las redes de generación de conocimiento más informales o menos estructuradas, como por ejemplo las que pueden tejerse entre disciplinas distintas o entre los diferentes agentes del proceso del saber, como por ejemplo entre alumnos y profesores ya consagrados -una dinámica totalmente fuera del circuito reglado de lo que se entiende por ciencia-. Y es que, creo que esta idea productivista del conocimiento como un producto industrial-científico obliga a residir siempre en la frontera racionalista del saber, lo que me hace pensar que la difusión de la ciencia, en el fondo, tiene más de reproducción industrial de relatos y de patrones de consumo científico-cultural que de expansión epistemológica. Ya lo dice Robert Day en su lectura sobre el artículo científico: “un artículo científico es un escrito organizado para satisfacer los requerimientos exigidos de la publicación válida”[3]. Así que no vale con investigar y escribir algo bueno. Hay que investigar y publicar algo bueno que satisfaga los requerimientos exigidos”, lo que, en el fondo, nos mantiene siempre dentro de los límites de ciertos paradigmas científicos, y no de otros. Y eso, en mi opinión, no habla del progreso tanto como, desde los mismos requerimientos que nos exigimos en nuestra necesidad de autodesignarnos como buenos científicos, nos gusta hacer ver, al tiempo que reproduce una lógica sobre la ciencia más como producto de consumo aplicado que como una herramienta de extensión del sentido racional sobre el mundo material y social.



[1] Álvarez-Ossorio, J.R. (1988) Introducción a la información y documentación científica. Madrid: Alhambra, pág. 3.
[2] Pérez Monfort, R. (1995) Reflexiones matutinas sobre la investigación científica: viernes 10, 7:00 am. México: Fondo de Cultura Económica, p. 50.
[3] Day, R. (2005) Cómo escribir y publicar trabajos científicos. Washington D.C.: The Oryx Press, pág. 11.

jueves, 5 de marzo de 2020

2. ¿Qué es ciencia?





¿Qué es ciencia?




Para poder ofrecer una definición lo más general y lo menos sesgada posible sobre lo que es ciencia he hecho lo que cualquier buen investigador haría: documentarse a través de diferentes vías para poder enfrentarse a la escurridiza tarea de conceptualizar. En este sentido, me he basado en cuatro definiciones, no del todo similares entre sí, aunque, evidentemente, con características compartidas, procedentes desde diferentes campos del saber, con el objetivo de extraer las líneas comunes que brinden, como he dicho en la primera línea de mi relato, una definición general y rigurosa del concepto “ciencia”. La Real Academia de la Lengua por un lado[1], el manual básico de Sociología de Anthony Giddens por otro[2], la entrada de blog de César Tomé[3] como tercer recurso, y los artículos de Ruy Pérez y de Alfieonseca[4] seleccionados para este ejercicio como cuarta y quinta herramienta bibliográfica, permiten, en tanto, hablar grosso modo de conocimiento(s), sistematización, datos, análisis y observación empíricos, así como de la valoración lógica que puede elaborarse a partir de los resultados.

A la luz de esta reflexión con carácter de mínimo común denominador, podría así indicar que, en mi opinión, la ciencia es:

 un conjunto de conocimientos adquiridos mediante el método científico (esto es, la observación empírica y el razonamiento), sistemáticamente estructurados, que pueden ser comprobados y/o reflexionados experimentalmente y (re)formulados en tanto que leyes generales susceptibles de revisión.


En este punto, podría ya detener mi conclusión, punto en el que puedo decir haber alcanzado el objetivo de la tarea a realizar, pero, aún a riesgo de ser irreverente y no ser leída por rebelde, quisiera subrayar algunas contradicciones que he experimentado en la lectura de los textos recomendados para la primera tarea del curso.

En primer lugar, quisiera señalar que la definición de Ruy Pérez me ha planteado algunos problemas epistemológicos con respecto a las nociones de “búsqueda de la verdad” y de “entendimiento de la naturaleza”, así como de lo que ha de ser un buen científico/una buena científica.

En la primera de las dos expresiones, la de “la verdad”, experimento cierta inquietud porque, si su definición es tomada con absoluta literalidad, resulta tremendamente complejo decir cuál es el objeto de interés de la ciencia, en el sentido de que decir “naturaleza” implicaría la alusión a muchísimas cosas muy diferentes: desde el «origen que alguien tiene según la ciudad o país en que ha nacido» (fig. 7)  hasta el «parentesco o linaje» (fig. 16)[5], solo hay que remitirse a las 16 acepciones que ofrece el Diccionario de la RAE para hacerse una pequeña idea de lo engorroso de su definición, algo que entorpece una de las propiedades, en mi opinión, fundamentales de la actividad científica: el rigor. A la luz de dicha consigna, del mismo modo, quedarían también fuera del ámbito de interés de la ciencia la naturaleza humana, la Sociedad y el pensamiento, lo que discrimina como actividades científicas aquellas que se ubican en el plano de las ciencias sociales y humanas.

Asimismo, otra de las contrariedades que destacaría de dicho artículo deviene cuando el autor determina su segunda expresión conflictiva, esto es, que «la ciencia es una búsqueda de la verdad […]». Así, tomando de nuevo su definición con absoluta literalidad, el concepto de “la verdad” resuena quizá particularmente categórica, prescriptiva y parcial, pues parece dar a entender que la verdad tiene un solo criterio, cuando, a la luz las teorías de la verdad, se podría argumentar que esto no es así. En este sentido, me atrevo a decir que para Ruy serían científicos aquellos campos del saber que aplican criterios de verdad empírica, lo que significaría dejar fuera de lo que es ciencia, una vez más, a las ciencias humanas y sociales casi en su conjunto.

En tercer lugar, y enlazando con la segunda contrariedad de la que hablo arriba, no quisiera acabar esta disertación sin apuntar que los dos textos propuestos para la elaboración de este ejercicio me han hecho reflexionar mucho en torno al tema del corpus androcéntrico como paradigma dominante y discriminatorio en el ejercicio científico, cuya preeminencia estaría sirviendo para seguir perpetuando cierto sesgo machista en el campo del saber y de la ciencia, sesgo que percibo de forma inconsciente en los textos de ambos autores.

En el caso del texto de Ruy Pérez, porque su definición de “buen científico” resulta, cuando menos, inverosímil si se consideran los espacios que las mujeres ocupan en realidad en la Universidad. Para empezar, es importante señalar que un porcentaje amplísimo de mujeres investigadoras habita una situación incómoda por el hecho de ser mujeres, debiendo mantener en algunas ocasiones un importante esfuerzo por realizar una carrera científica, fragmentadas por una lado por la incómoda posición que encarnan dentro de la coyuntura actual de la Academia, mediada esta por las necesidades del circuito de evaluación del desarrollo profesional, y, por otro, por sus propias condiciones vitales bajo los espacios definidos por el mandato de género (en especial, el de la maternidad y el cuidado). Si, tal y como afirma Pérez, casi todos los individuos que no se dediquen en cuerpo y alma a la investigación, o, en su defecto, que no investiguen dentro de un laboratorio, son malos científicos[6], un amplio sector del campo investigador quedaría encuadrado fuera de la definición de "buen científico", consigna que estigmatizaría y perjudicaría notablemente a las personas cuya actividad se desarrolla fuera del laboratorio– y, tal vez, incluso fuera de la Universidad-, y que aparece fragmentada en diferentes ámbitos del saber (por ejemplo, entre la investigación, la divulgación y/o la docencia universitaria, en mi opinión, vías alternativas pero igual de válidas para la búsqueda y la generación de conocimiento). Del mismo modo, aquellos individuos cuyo tiempo habría de repartirse de manera heroica entre la investigación y la vida personal y el cuidado; o aquellos que investigan por placer en su tiempo libre, situaciones que, por lo general, suelen protagonizar con más frecuencia las mujeres, cuya etapa formativa hace coincidir la época óptima de procreación con la etapa más importante de entrenamiento científico, los sujetos que protagonizan estas situaciones quedarían relegados, según este autor, de forma opresiva e irremediable, al saco de los “malos científicos”. Esto tampoco es muy riguroso, y quizá esa falta de rigor explique en cierto modo, aunque creo que hay muchos más factores que intervienen en la construcción de esta realidad, la escasa presencia de público femenino en el ámbito de las ciencias científico-tecnológicas, así como la disminución del ingente femenino a medida que la escala profesional aumenta[7].

En el texto de Alfonseca, en cambio, el sesgo es todavía, en tanto que más formal, más evidente. En este sentido, quisiera resaltar que su lectura de la epistemología feminista como un ataque a las bases fundamentales del conocimiento podría tacharse, cuando menos, de desacertada. Este autor señala como «movimiento anticientífico» y de riesgo para el desarrollo del discurso científico actual la posición del feminismo radical, cuyo reclamo trata. Según su interpretación, de “destruir la ciencia y empezar de 0 para darle un carácter más feminista”[8] al conocimiento científico y a su desarrollo histórico.  Esa interpretación resulta interesada y parcial, y, además, desprende un profundo desconocimiento de lo que es la epistemología feminista y de lo que es el feminismo radical -relativo a la raíz, no extremoso ni intransigente-, un campo del pensamiento desde el que, a la ciencia, se le piden cosas tan poco extremas como una revisión reflexiva de los postulados científicos y de los ámbitos de atención de la ciencia, así como de su propia historia que, aparecería, en todos los casos protagonizada por hombres y dirigida y centrada hacia ámbitos de saber y de interés masculinos. En tanto, considero que no contemplar la reflexividad inherente a la epistemología feminista, cuya revisión filosófica resultaría en este punto de la historia de la humanidad imprescindible para una comprensión, generación y reflexión rigurosa de la ciencia como conocimiento del mundo libre de sesgos, distorsionaría principalmente dos de los principios en la definición de ciencia que he adoptado en este ejercicio: la reflexividad experimental y la refutabilidad revisable.

Así, al hilo de esta última deliberación, y para finalizar ya la reflexión sobre estos textos, me gustaría decir que considero que, desde la filosofía y la teoría del pensamiento, podría ser en cierto modo sostenible que el discurso de la Ciencia, tal y como la definen Ruy Pérez y Alfonseca, posee una necesidad de auto-posicionamiento como axioma de privilegio en la cultura occidental y capitalista, que enlaza el conocimiento con el poder. Por ello, desde la reflexión sociológica sobre los procesos de construcción del relato científico y de sus campos de interés, en tanto que el modelo dominante premia el método frente a la reflexividad, considero que sería positivo proponer la adopción de una postura crítica ante las pretensiones prescriptivas de un corpus científico muy determinado, que permitiese evitar el riesgo de una reproducción acrítica que, a su vez, nos llevase a reformular ciertos paradigmas que funcionan como ejes de reproducción de ciertas estructuras de poder y de intereses políticos, económicos, ideológicos y sociales externos e internos a la misma generación científica. Porque ello, perjudicaría dar una definición sobre qué es la ciencia de forma lo más asequible y aséptica posible. La cuestión de la institucionalización del poder en el ámbito científico, que aparecería en forma de incoherencia argumental en el texto de Manuel Alfonseca[9] a pesar de su nada sutil defensa de una ciencia libre de condicionamientos políticos, permitiría reflexionar si la lucha política puede ser también un elemento a tener en cuenta en los procesos de generación del conocimiento y en la aplicación del método científico, desde donde, inevitablemente, ser darían ciertas variaciones en la práctica científica, que, posteriormente, influirían en una definición integradora de qué es la ciencia.

Por todo ello, me gustaría decir para acabar que me temo que no es de extrañar que Alfonseca considere la epistemología feminista como una amenaza, pues la reivindicación de dicha epistemología, en su demanda de superación de la cultura androcéntrica como límite infranqueable del proceso de producción del conocimiento, impulsa un ejercicio de reflexión sobre los límites del poder, lo que podría alterar la posición hegemónica que las ciencias duras tienen en las sociedades capitalistas. Esta cuestión, por mucho que los autores que hemos trabajado aquí traten de silenciar o ensombrecer, no resulta una cuestión menor, y me atrevería a señalar que se precisa urgente en la elaboración de una definición de ciencia que no discrimine. De lo contrario, sin la incorporación de la mirada de género (junto a la mirada crítica de clase y la episteme decolonial), la ciencia occidental no podrá definirse a sí misma como rigurosa en el estudio y explicación de los fenómenos asociados al conocimiento contemporáneo del mundo material, del mundo social y del pensamiento en su conjunto. No es casual, en tanto que la historia de la ciencia es también en cierta manera la historia de la desigualdad, que, en opinión de Alfonseca, la democratización de la epistemología sea otro de los movimientos anticientíficos contemporáneos que pondrían en riesgo el desarrollo actual de la Ciencia, aunque he de decir, que su noción de "democratización" es bastante espuria y, por tanto, otra vez, nada rigurosa. 

En este punto, y al albur de todas estas consideraciones, de acuerdo con César Tomé, yo también considero que la pregunta de “qué es la ciencia”, a priori sencilla, a posteriori se disuelve como un azucarillo[10].






[1] Según la primera acepción el diccionario de la RAE, la ciencia sería un «[c]onjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados, de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente». En Diccionario de la Lengua Española, https://dle.rae.es/?w=ciencia

[2] Para el sociólogo Anthony Giddens sin embargo, la ciencia sería la “utilización de métodos sistemáticos de investigación empírica, análisis de datos, elaboración teórica, valoración lógica de argumentos para desarrollar un cuerpo de conocimiento acerca de una determinada materia” (En Giddens, A. (2001). Sociología. Madrid: Alianza, p. 38).

[3] Según Cesar Tomé, «Ciencia es la búsqueda sistemática del conocimiento cuya validez no depende de un individuo o época concretos y que está abierta a cualquiera que quiera comprobar sus hallazgos o reproducir sus experimentos; esta búsqueda se enmarca dentro de un escepticismo sistémico y organizado que parte de la base de que nuestro conocimiento se fundamenta en modelos y que toda hipótesis es falsa mientras no se demuestre (dentro de lo que el razonamiento confirmatorio puede) lo contrario». Tomé, C. (2016) “¿Es el método científico un axioma?”, en Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHUhttps://es.quora.com/Es-el-m%C3%A9todo-cient%C3%ADfico-un-axioma-C%C3%B3mo-definimos-un-axioma-C%C3%B3mo-se-puede-demostrar-que-el-m%C3%A9todo-cient%C3%ADfico-es-el-%C3%BAnico-m%C3%A9todo-para-generar-la-ciencia-moderna/answer/C%C3%A9sar-Tom%C3%A9-L%C3%B3pez?srid=ubvry

[4] «La ciencia es una búsqueda de la verdad, el entendimiento de la naturaleza a través de la adquisición e interpretación de información derivada de la observación y la experimentación» Pérez Monfort, R. (1995). Reflexiones matutinas sobre la investigación científica: viernes 10, 7:00. Madrid: Fondo de Cultura Económica, págs. 13-14)

Por último, Alfonseca dice de la Ciencia que estudia el mundo material y aquello con lo que puede experimentar para obtener confirmaciones o refutaciones -y sobre todo descubrimientos-, y coincide con Ruy Pérez en que su objeto de atención es "la verdad", en Alfonseca, M. (1999). “¿Progresa indefinidamente la ciencia?” Mundo Científico, 201, pp. 61-67)

[5] En Diccionario de la Lengua Española. Ibid.
[6] En Pérez Monfort, R. (1995) Ibid., p. 29.
[7] En 2016 el porcentaje de hombres científicos que habían alcanzado el grado A de la carrera profesional investigadora era de un 79%, mientras que el porcentaje de mujeres era de un 21%. En (2018) Informe Científicas en Cifras. Estadísticas e indicadores de la (des)igualdad de género en la formación y profesión científica. Madrid: Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, p. 66.
[8] En Alfonseca, M. (1999) Ibid., p. 67.
[9] El autor podría estar incurriendo en una contradicción cuando, en el último apartado de su artículo, acaba aceptando que, en ocasiones, la ciencia puede ser fruto de un proceso de reproducción de cierto marco hegemónico y, por lo tanto, tal y como apuntaría Cicourel, resultado de un consenso político que (como tal) determina la posición de los individuos frente a los centros de poder. En Alfonseca, M. (1999) Ibid., p. 67.
[10] En Tomé, C. (2016) Ibid.