«En una profesión en la cual decir la verdad es la primera
regla, la mentira no debe tener ningún lugar»[1]

En el campo de
la sociología, que yo conozca, y aun habiendo investigado un poco para la
redacción de este post, no he encontrado ningún caso concreto de fraude
científico de grandes dimensiones, aunque me atrevería a decir que, en el
ámbito de las Ciencias Humanas y Sociales, son frecuentes ciertos
comportamientos poco dignos, tales como omitir citas bibliográficas de trabajos
previos de otros autores, la selección deliberada de bibliografía que refuerce
la(s) hipótesis de partida, informar parcialmente de un método sin dar los
detalles técnicos adecuados para que otros investigadores lo repitan, o la manipulación estadística de los datos con
tal de destacar un fenómeno en la dirección que le interesa al
investigador/investigadora y que quizá de otra manera resultaría poco evidente.
Particularmente,
en el tiempo de elaboración de la tesis creo que nunca me he encontrado con
artículos de los cuales haya extraído algún tipo de extrañamiento. Cierto es
que en el plano teórico en el que me muevo es complicado encontrar
investigaciones que hayan sido reprobadas como fraudulentas, ya que la
construcción del argumento teórico en el campo de la Teoría Sociológica se
elabora en buena medida en un diálogo permanente con otras referencias, lo que
en cierta manera pone un poco suspenso la pretensión de verdad que tan
claramente define a las "ciencias duras". La cuestión no es tanto que
un hecho sociológico sea "verdadero" como que pueda ser esgrimido
como el resultado de un proceso social e histórico dialéctico y reflexivo, lo
que pone en riesgo el proceso de análisis y de sus herramientas, susceptibles
siempre de resultar sesgadas o “interesadas”. En este sentido, puede decirse
que en el campo de la teoría sociológica el riesgo estaría más cerca del uso
intencional de bibliografía, quien puede representar realmente un sesgo
científico considerable en mi disciplina (esto es, elegir aquellos discursos que
vienen a reforzar lo que yo quiero decir y dejar a un lado aquellos otros que
pudieran llegar a poner en cuestión de forma comprometida las hipótesis de
partida). Así mismo, si recurrimos a un espacio metodológico más cuantitativo
no es difícil encontrar posibles tergiversaciones de los datos, tales como
avalar los datos a pesar de que la muestra no sea suficientemente
representativa o no esté debidamente clasificada, o dar los resultados por
concluyentes a pesar de que el margen de error del ensayo sea considerable, las
variables de la investigación no estén debidamente descritas o seleccionadas, o
el proceso de análisis de los datos presente zonas oscuras suficientemente
llamativas, donde la deducción de las conclusiones no aparezca suficientemente
justificada.
Aun así, sí que
me gustaría destacar que, en mi pequeña búsqueda de fraudes científicos
históricos en el campo de las Ciencias Humanas y Sociales, he encontrado el
artículo al que corresponde la cita del comienzo de esta entrada y he de decir que
me ha hecho pensar mucho que como ciencia fraudulenta los autores del artículo
destaquen que Karl Marx violó uno de los postulados del método científico al
formular teorías ("demasiado" absolutizadoras y pretenciosas, por otra parte) sin disponer de los
datos suficientes, lo que promovió que «[i]nsensiblemente se [comenzase] a
modificar los datos para ajustarlos a la teorías, en vez de las teorías para
ajustarlas a las datos"[2]. A raíz de esto, dichos autores (Schulz y
Katime, 2003) ponen en suspenso toda la tradición marxista como una tradición
verdaderamente científica, una duda que ya Karl Popper, uno de los filósofo de la ciencia más importantes del siglo XX (y que hemos trabajado en este bloque de la asignatura), quiso sembrar en sus obras La Sociedad Abierta y sus Enemigos (1945) y Miseria del Historicismo (1961).
Por otra parte,
no puedo dejar de nominar uno de los casos más significativos de fraude
científico en el ámbito de las denominadas ciencias blandas, que fue el
protagonizado por el investigador de mercados y psicólogo James Vicary, quien
dijo haber observado en sus experimentos que presentar intermitentemente frases
subliminales, tales como "Coma palomitas" o “Beba Coca-Cola” en cine
o televisión aumentaba las ventas de dichos productos. Su defensa de la
eficacia de la “publicidad subliminal” generó un gran revuelo en la sociedad
norteamericana de la época, y las empresas quisieron implementar el “método
Vicary” para incrementar su porcentaje de ventas. Vicary sostenía que tras los
experimentos el consumo de Coca-Cola y de palomitas se habían incrementado en
un 18 y un 58 % respectivamente. Sin embargo, el psicólogo nunca llegó a
relatar sus procedimientos, ni pudo repetir sus hallazgos. Nunca expuso sus
descubrimientos en ninguna publicación especializada, y si le pedían que
repitiera el experimento, su equipo fallaba o arrojaba resultados contrarios a
los esperados. Tras levantar numerosas sospechas en el campo de la ciencia, en
1962, Vicary admitió que no había investigado lo suficiente y corroboró la
falsedad del experimento.
Esta claro que
la ciencia, como la práctica mayoría de los ámbitos sociales, no se libra de
los comportamientos éticamente reprobables, pero eso no la justifica ni la
exonera. La mala praxis, sea cual sea el escenario de nuestras vidas en el que
nos hallemos, ha de ser un lugar que evitar a toda costa. La falta de ética no
debería ser nunca un lugar deseable. En el sentido epistemológico, considero
que el fraude científico perjudica seriamente al progreso del conocimiento y, por
ello, me parece importante incidir en que tanto la ciencia, los científicos y
las científicas, así como los poderes públicos y privados que precisan de la
actividad científica y que tanto poder concentran sobre las dinámicas (formales
e informales) del saber deberían desplegar todas las armas a su alcance para
parar un proceso que, en las últimas décadas, ha crecido de manera exponencial.
[1]Schulz,
P.C. y Katime, I. (2003) Los Fraudes científicos. Revista Iberoamericana
de Polímeros Volumen 4(2), Abril 2003, p. 5; en http://www.ehu.eus/reviberpol/pdf/ABR03/EL%20FRAUDE%20CIENTIFICO.pdf
[2] Schulz,
P.C. y Katime, I. (2003) Ibid., p. 35